9.06.2008

Amanece

La luz se colaba entre las delgadas líneas de la veneciana, lo suficiente como para molestar el sueño de ella, y acariciar la espalda de él. Era gracioso pensar en cuántas cosas parecía últimamente que seguían el mismo patrón: el de importunar a una y agradar al otro.
No quería abrir los ojos, pero sabía que ya no podía dormir más, así que se mentalizó para el choque frontal que sufrirían sus cansadas pupilas, y se encontró de frente con él, respirando pausadamente, con una cadencia que mostraba que estaba completamente dormido.
Ella lo miró, muy de cerca. Lo miró como lo llevaba mirando desde hacía años, o quizás, de una manera totalmente distinta. Se conocían desde hacía tanto... aunque no así, no a diez centímetros; y observando su cara, recorriendo sus facciones, se dio cuenta de que, en realidad, apenas se conocían.
Desde que habían cambiado el rumbo, desde que aquella amistad se había convertido en algo más, las diferencias se habían acentuado mucho, como sin querer, como si alguien les estuviera intentando decir que se frenaran, que recularan, que volvieran al bastión seguro del amor platónico.
Él no era tan maravilloso, ni ella tan perfecta. A cada paso se encontraban boquetes, charcos, y cada poco, después de una mala contestación, de una despedida gris, de un deseo que no se cumplía, el fantasma de la duda le susurraba al oído que aquel no era su príncipe, que tenía que seguir buscando, que si se conformaba, el verdadero pasaría de largo, y ella ni se daría cuenta, por tener sólo ojos para aquel que ahora tenía delante.

Y aún así, siguió mirándole, y empezó a ver otras cosas. Empezó a recordar todos los pequeños gestos que hacían olvidar semanas de dudas; empezó a sentir ese cosquilleo que aún volvía en el momento justo antes de darle un beso, empezó a sonreír al ver cómo se movía el vello de su pecho, sólo por la suave brisa que salía de sus respiraciones entremezcladas. Y sintió el calor de la mano que reposaba en su cintura, y la paz que la envolvía cuando estaba entre sus brazos.

Y volvió a cerrar los ojos, y cogió aire, y lo soltó en un suspiro, y notó como él la agarraba con más fuerza, apenas perceptible, y cuando abrió los ojos, se encontró con los de él, mirándola, así, de aquella manera, imposible de leer, pero que decía más que mil palabras.

-Buenos días...