2.28.2009

Posibilidades...

Cuando abro los ojos y recuerdo dónde estoy, cuando tengo la suerte, buena o mala, de que la luz de la mañana me moleste lo suficiente para arrancarme de brazos de Morfeo antes que a ti, siempre hay un momento en el que me absorbe una indecisión infinita.

Podría volver a cerrar los ojos, dejarme llevar por el tacto, quedarme muy muy quieta notando cada centímetro de piel compartida, sintiendo cómo queman dos cuerpos que se tocan, o tal vez girarme, con un cuidado milimétrico, intentando por todos los medios que no te despiertes, escapando del abrazo con el que me mantienes prisionera, para poder mirarte, así, con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, con la paz de quien no está pensando, de quien no es racional, un animal indefenso al alcance de cualquier bestia salvaje que quiera atacar.

Y otra vez la posibilidad, la posibilidad de ser guardián, de proteger el sueño, proteger la inocencia que me muestras, esa que sólo puedo ver cuando estás dormido, porque despierto nunca te dejas lo suficiente; despierto, tú eres el cazador y yo la presa… al menos la mayor parte del tiempo…; y la otra opción, la opción de volverme esa bestia salvaje, la de aprovechar lo indefenso que estás, para acercarme hasta sentir tu respiración, besarte los labios sin que respondas, y bajar las manos por tu espalda, haciendo giros, infinitas líneas curvas, espirales que hacen que te recorra un escalofrío. Pero no, no quiero despertarte, al menos no aún.

Y me levanto, me escapo de tus brazos y de entre las sábanas, y notando el gélido saludo de la mañana en mi cuerpo, me giro, vuelvo a mirarte, y olvidando todo lo que ha pasado esta noche, dejando a un lado cualquier atisbo de pasión incontrolable, te tapo como si fueras mi niño pequeño, incluso pienso en que me gustaría apartarte un mechón de la frente, y me siento en la cama, obviando el frío, y te miro, y tú sigues durmiendo.
No me atrevo a tocarte ahora… es tarde, o mejor dicho… pronto, y antes ya has estado a punto de despertar… si ahora hiciese lo que me gustaría hacer, si ahora te llenase de caricias, se rompería el hechizo, abrirías los ojos, y volverías a ser el cazador, esconderías sin acabar con él (pues es imposible) al animal indefenso que me hipnotiza.

Así que me obligo a levantarme, me obligo a dejarte y cuando salgo de la habitación sólo se me ocurre un lugar donde poder secuestrar durante unos minutos más las sensaciones de toda la noche. Con agua caliente… muy caliente.
Entro y me coloco bajo el chorro de agua, mirando hacia arriba, pero con los ojos cerrados, espero a que el calor exagerado deje de ser incómodo para mi piel, a que el agua excesivamente caliente sea simplemente un chorro continuo que me cubra por completo… si existieran los trajes de agua, yo no podría ponerme otros.

Me aparto el pelo, hacia atrás, liso como nunca jamás está cuando me lo seco, y dejo que el agua y las memorias de toda la noche me inunden por completo… tus manos, tu boca, tu respiración entrecortada, tu sonrisa… y sonrío, rememoro hasta el último detalle, con los ojos aún cerrados, siento los besos en el cuello, tu risa ahogada del momento en el que tu mano acaricia esa zona lisa que hay justo encima de mi monte de Venus, y que siempre hace que aguante la respiración, y tus caricias por la espalda, tu cuerpo entero pegado al mío… y me abrazas por detrás, y me vuelves a besar el cuello, y me fuerzas a dar la vuelta, para encontrarnos debajo del chorro de agua, y buscarnos a ciegas, para volver a empezar…

2.16.2009

Luz de Gas

La luz tenue que invadía el local resaltaba la palidez de mi piel de una forma extraña; casi podía encontrar tintes azulados en aquel dorso que observaba como si no fuera el mismo que me acompañaba desde siempre.
El camarero me trajo la copa, con cuatro hielos que tintineaban en un vaso bajo… bebida de hombre, pensé mientras me llevaba el alcohol a los labios. La verdad es que en otra época nunca me hubiera planteado una bebida tan fuerte… supongo que tenía que empezar a hacerme a la idea de que al final todo terminaba siendo como debía ser.

La música cambió, ni siquiera me había fijado en la canción que había estado sonando antes, pero me resultaba imposible no poner toda la atención en la suave melodía que llegaba ahora a través de… ¿un hilo musical? Sí, eso parecía. Aunque en realidad ni siquiera levanté la cabeza para investigar de dónde llegaba. Me era suficiente con tenerla, así, de fondo, mientras seguía hablando en silencio con mi mejor amigo, el vaso que poco a poco llenaba de suaves gotas sus paredes.
Las observé, pasé el dedo sobre ellas, y pensé que se parecían demasiado a las que se solían formar en la piel de Miguel después de un par de horas de juegos y caricias, la que veía a pocos centímetros cuando lo abrazaba en medio de una pasión descontrolada, la que siempre iba acompañada de aquella respiración entrecortada que… no, no podía pensar en eso ahora.
Volví a coger el vaso, esta vez pegando un trago largo, como intentándomela acabar, deseando que el alcohol hiciera efecto más rápido que otras veces, luchando contra el frío que se apoderaba de mi garganta.

-Hola preciosa – una voz profunda, como rota por años de tabaco, de un cigarrillo detrás de otro, me saludó desde la derecha de la barra.
Giré la cabeza y forcé una sonrisa seductora, una que sabía que no me fallaba nunca, la más interiorizada, y es que tenía claro que esta noche debía ir sobre seguro, no podía arriesgarme con actuaciones que no tuviera lo suficientemente ensayadas.
-Hola guapo.

Intercambiamos un par de frases más sin sentido, de esas que olvidabas nada más escucharlas, ni siquiera creo que las escuchara en serio. Sólo presté atención a lo que decía hasta que movió su taburete arrastrándolo ruidosamente por el suelo para sentarse muy cerca de mí. A partir de ese momento, su voz se convirtió en un zumbido más de los muchos que poblaban el bar, y me dediqué a observar al que se había convertido en mi compañero circunstancial, al menos por esta noche.
Era de mediana edad, mayor que yo, aunque eso no era difícil, quizás de la edad de Miguel, de rasgos duros, con la cara redonda, lo que le daba un aspecto de niño que chocaba con la barba de tres días que asomaba, la cara de Miguel era mucho más proporcionada, los labios mucho más finos, y casi nunca llevaba barba, aunque sabía que a mí me encantaba… quizás incluso ese fuera el motivo de que no la llevara.
Era atractivo, nada del otro mundo, me supongo, o no estaría en un tugurio como éste ligando con almas perdidas que no encontraban refugio más que en lugares oscuros con músicas de otro tiempo, pero tampoco era de los peores. Incluso podía permitirme el lujo de no pensar en otro… aunque sabía que una cosa era decirlo, y otra muy diferente borrar de mi cabeza las imágenes de mil y una noches, las sensaciones, la realidad de los sentimientos que superaba con creces la ficción de una noche irreal.

Su mano se posó en mi muslo, y me acarició por encima de la media. Mi primer impulso fue levantarme, escapar, pero me frené a mí misma, convenciéndome de que debía seguir sentada, seguir sonriendo, seguir siendo el personaje.

Supongo que entendió mi reacción tal y como yo pretendía que la entendiera, porque pronto se acercó a mi oído, y apretando su mano sobre mi piel, me susurró palabras a las que no hice caso, que sólo fueron la oportunidad que esperaba para girar la cabeza y probar aquella boca que, efectivamente, me respondió devolviéndome un extraño gusto a tabaco y whisky, un sabor que abrió una compuerta llena de recuerdos, que me obligó a aferrarme con más fuerza a aquel cuerpo desconocido, que me forzó a tragar las lágrimas que amenazaban con arruinar aquel estúpido momento placebo, mientras mi cabeza sólo podía repetir…

-Miguel… Miguel… Miguel

2.07.2009

Quiero...

Quiero mirarte a los ojos, y acercarme muy despacito, hasta que ya no pueda verlos, y tenga que cerrarlos un segundo, para poder después escudriñar tu rostro a esa distancia casi imperceptible.
Quiero observar tus labios, ver tu boca entreabierta, y bailar un vals con ella en el que no se lleguen a cruzar con la mía.
Quiero levantar la vista y saber que me sonríes sólo con la mirada, y notar como nuestras respiraciones se entremezclan en los milímetros que nos separan.
Quiero escuchar cómo respiras, cómo se va acelerando, cómo la espiral se vuelve cada vez más pequeñita.
Quiero sentir en la garganta ese nudo de anticipación, alargar el momento de forma indefinida, para que sea más dulce la recompensa final.
Quiero ver tu sonrisa, y sentir que hemos ganado, que la batalla se acaba, y que desaparece el tiempo y el espacio.
Quiero... quiero un beso.