10.11.2008

Y más besos...

Cuando algo ya ha pasado, está ahí, innegable, permanente, esperando con una sonrisa malévola el momento perfecto para saltarte encima, exactamente lo mismo que estaba haciendo él esa noche.
Habíamos quedado para tomar una cerveza, pero los dos sabíamos que aquello no podía ser más que una excusa. Cada vez que un botellín tocaba nuestros labios, ya fueran los de él o los míos, no podíamos reprimir una sonrisa "sé que me estás mirando, y sé perfectamente lo que estás pensando, porque yo también lo pienso"

Al principio, como para fingir que no teníamos ni idea de qué hacíamos allí, hablamos, un poco, de temas absurdos, de gente que en aquel momento había dejado de tener importancia, y que seguro que no la volvería a tener hasta bien entrada la madrugada, o que quizás ya nunca volvería a tenerla.
En aquel tugurio había el suficiente ruido para hablarse a gritos, y tener la seguridad de que las palabras serían enmascaradas, pero hacía rato que ninguno de los dos decía nada, y todo lo que salía de sus ojos, y supongo que de los míos, se oía como un grito en medio del desierto.

No sabría decir quién dio el primer paso, sólo recuerdo su mano en mi espalda y el escalofrío que la recorrió mientras pagábamos, y aquella especie de carrera absurda, andando tranquilamente, como si ninguno tuviera prisa, hasta mi portal.

Cuando llegamos, busqué el manojo de llaves dentro del bolso. Era gracioso ver cómo lo que buscas es siempre lo último en aparecer. Y además en aquella ocasión, con su aliento en mi nuca, y la seguridad de tenerle a cinco centímetros de distancia, a la llave, cómo no, no le daba la gana de aparecer.
No era tan complicado, la tenía, y al final, sin mirarle ni un solo segundo, subí las escaleras del portal y llamé al ascensor. Era absurdo cómo no podía mirarle a la cara. Aquella timidez estúpida que seguía persiguiéndome en los momentos más inoportunos, volvió a paralizarme el cuerpo, mientras yo no hacía nada por evitarlo. Hacía menos de diez minutos estaba lanzándole todas las indirectas del mundo, y ahora, de repente, no podía ni girarme.
Pero los ascensores son muy traicioneros, y están llenos de espejos. En el momento en que mi mirada se fijó en sus ojos, que me excrutaban, como lo habían hecho toda la noche a través del humo, me dí la vuelta, y al segundo, ya tenía sus labios sobre los míos. Lo mejor que le puede pasar a alguien como yo, es que se lo den todo hecho...

No sabía si le había dado al botón, pero el ascensor se cerró y empezó a subir. Como si de dos adolescentes enfervorizados nos tratásemos, cuatro manos no eran suficientes para explorar tanta piel. El aire nos faltaba en los pulmones, pero por nada del mundo hubiéramos dejado en aquel momento de explorar nuestras bocas. Los pisos se sucedían a toda velocidad, y demasiado lentamente, como una enorme paradoja, y mis sentidos eran incapaces de controlar tantas sensaciones: la suavidad de su camisa, el áspero tacto de aquella cara, la humedad de los besos que, si entre nosotros eran casi una novedad, parecían haber sido ensayados hasta la saciedad, sus manos abriéndose paso por debajo de la blusa, con intenciones inequívocas de explorar el interior de los vaqueros, pero con esa mínima cordura del que no quería llevarse un bofetón en el momento más inoportuno...

Y el ascensor dio un tumbo, y las puertas se abrieron, y sin saber muy bien si a nuestro pesar o no, salimos, esta vez ya con las llaves a mano, en el bolsillo; pero sin la cordura que me había dejado abajo en el portal, intenté abrir a tientas aquella cerradura absurda.
Estaba oscuro, lo propio a esas horas de la madrugada, pero la contaminación lumínica que se colaba por el ventanuco del descansillo, las prisas, y la enajenación del momento, nos hicieron incapaces a ninguno de los dos de movernos tres metros hasta el interruptor de la luz. No, yo seguía peleándome con la cerradura, y él, siempre tan servicial, me ayudaba en tan ardua tarea distrayendo mis ya mermados sentidos con sus manos bajo la blusa, y aquellos besos en el cuello que cualquiera que me conociera sabía que me dejaban fuera de combate.
"Estúpida cerradura" Apenas podía mantener la concentración, y la opción de olvidar la tarea entre manos, se abría paso en la neblina que rodeaba en esos momentos mi mente.
Pero por la razón que fuera, la llave entró, y tras un giro rápido de muñeca, se abrió la puerta, obligándonos a entrar en el piso, y dejando la poca cordura que nos quedaba, al otro lado de un portazo, que resonó en todo el edificio.

6 comentarios:

Joey (Josephine) dijo...

No pienso daros mayor satisfacción, estáis avisados :P

Iris dijo...

un poco cochinita si k te has vuelto, y encima jugando con el doble sentido de la cerradura, la llave... María eres tu??

Joey (Josephine) dijo...

Mentira mentira lo de los dobles sentidos, se lo ha inventado todo iris...

Anónimo dijo...

De acuerdo, aclarado lo de los dobles sentidos sólo puedo decirte que está genial, muy bien escrito. Y no me creo que no vayas a terminar con esta historia! Besitos.

Anónimo dijo...

¡AAAAAH! ¡Has alimentado a las masas morbosas y enfervorizadaaaas! XDDDD

Es broma, ¡me encanta! Tiene el punto justo para contarte pero dejándolo a la imaginación :D No te pido que sigas, que te tiene que apetecer a tí, pero mola XD

mcebey dijo...

Pasión, timidez, realismo...

Lo mejor: "al otro lado de un portazo, que resonó en todo el edificio." (el portazo que nos has dado a nosotros, dejando sin concluir esta historia).

Tienes razón, que difícil es buscar las llaves cuando tienes la cerradura enfrente de ti.