Hace frío; en la ventana suena incesante la lluvia que lleva cayendo toda la noche y que ahora, de madrugada, se descarga a voluntad mientras todos duermen... bueno, casi todos.
Me revuelvo nerviosa entre las sábanas, como perdida. El sueño, o tal vez la pesadilla del momento me impiden descansar, dormir profundamente, y me tienen en este duermevela inquietante, casi siniestro. Por mi cabeza pasan imágenes confusas, niñas de pelo largo con camisones de encaje, flores marchitas, un largo camino de gravilla, la ráfaga de aire gélido que probablemente se deba a que me he destapado sin querer.
Mi pelo revuelto contra la almohada me molesta cada vez que mi sueño me hace girarme, estoy cansada, asustada, busco una paz que mi subconsciente no quiere encontrar, me voy a despertar, lo noto, estoy a punto de hacerlo...
Entonces, noto tu mano en mi cadera, me acaricias desde la cintura hasta el muslo, como si fuera una niña pequeña, y aunque abro los ojos, la oscuridad total de la habitación no me deja verte. Pero sé que estás, y me acerco a tí, busco tu cuerpo escapando del frío, y te abrazo para que no te puedas alejar.
Estás caliente, todo tu cuerpo hierve, y mi mano lo recorre como un viajero un sendero conocido. Bajo hasta los muslos, y voy subiendo por tu espalda, despacio, como le corresponde a la madrugada, tranquila, apretando cuando tengo la necesidad de notarte aún más cerca, pegando mi cabeza a tu pecho, escuchando los latidos rítmicos de tu corazón acelerarse por momentos.
Y es que el mío también se acelera. Con cada roce de tu mano en mi espalda, con cada centímetro de piel que se toca de nuestros cuerpos, con cada grado de temperatura que tu piel hace subir a la mía.
Me muevo, y me pego a tí completamente, porque no hay otra manera de acallar el deseo, que no sea dejarse vencer por él. Subo mi cabeza desde tu pecho, y te busco a tientas, guiándome por el sonido de nuestras respiraciones aceleradas, que se hablan en un idioma que sólo entienden ellas. Y te beso, y con ese beso, como siempre, se abren las compuertas, porque no se puede poner freno a algo que ya está tan acelerado. Disfruto de tu sabor en mi boca, suspiro, no es suficiente, tiro de ti sin soltarte, me doy la vuelta, te acerco, y tú te mueves, y me cubres entera, y nos vuelves a tapar con la manta, y como los ojos se acostumbran hasta a la oscuridad más negra, te veo, como un gigante, tu silueta por encima de mí, tus manos acariciando mi cuerpo, y tu mirada, allá arriba, tus ojos brillantes, y tu sonrisa, y yo sonrío, y entonces te siento, y se me acelera el pulso.
Y me despierto, tiritando, con la sábana y la manta a los pies de la cama, y el trueno que me ha alejado de ti aún resonando en la lejanía. Tengo frío, sigue lloviendo, y me envuelvo de nuevo, y cierro los ojos, con la esperanza de que sigas ahí, de poder tenerte aunque sea a medias, por lo menos, mientras no pueda sentirte de verdad, pronto. Cuanto antes
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