8.29.2009

Hoy

¿Por qué hablan los que no saben? ¿Por qué piensan que conocen lo que no conocen? ¿Por qué juzgan lo que para ellos no es más que un misterio? Aún razonan, aún le dan vueltas, todavía no han llegado al punto correcto, al lugar en el que el camino se ensancha y deja de resultar acongojante, o mejor, desaparece para dejar via libre.

Pienso, claro que sigo pensando, y cuando la providencia, el destino, o la pura casualidad se interponen, o mejor aún, allanan la situación, todavía me da por pensar más. Pero ya he comprendido que eso es absurdo. Que no debo pensar, que no es más que una pérdida de tiempo, porque lo que de verdad importa, es otra cosa.

No pienso, y aún así el consciente hace que me ría, de puro nerviosismo, de sorpresa incomprensible, cuando te acercas y me recorres la piel con las yemas de los dedos. Cada vez es la primera, inexplicablemente extraña, como si tuviese memoria de pez, y hubiera olvidado cada noche antes de ésta. Pero en seguida mi piel te reconoce, mi cuerpo reacciona, y todo empieza a dar vueltas.

Bendita casualidad la que hace que pueda sentir una vez más, la que nos regala un par de noches que no estaban planeadas, la que por una vez, se pone de nuestra parte. Tus dedos recorren muy lentamente mi cuerpo, como queriendo grabarlo en su memoria táctil. Todo es pausado, silencioso, lleno de gritos que no oímos, y se siente, se siente más que ninguna otra vez. Las yemas hierven, encienden un fuego que nos sorprende, primero a mí, por sentirlo, y luego a ti. Pero no hay que tenerle miedo. Hoy no.

Cierro los ojos, siento, sigo el recorrido como un escalofrío, y no puedo frenarme, me giro, me levanto, te aprisiono, agarro con fuerza tu mano en la mía, aprieto mis muslos, te paralizo, y bajo a tu boca, sin darte un solo segundo. Nuestras lenguas se encuentran, se saludan, se buscan, para seguir por el cuello que regala otra memoria: ese sabor suave, que quiere recordar a algún postre, pero mil veces más dulce, y al mismo tiempo, consigue avivar ese nuevo fuego que ha aparecido, entre la temperatura de una calurosa noche de verano, y el roce incesante de dos cuerpos incandescentes.

Necesito recordar, necesito que la familiaridad se mezcle con la pasión incontrolada, encuentro, giro, busco, entre los estúpidos rizos que no me cortaría nunca si tú no quisieras, y recorro, recuerdo, sonrío, muerdo, esta vez soy yo la agresiva, la que no se conforma, porque te quiero, aunque sólo sea por unas horas, te quiero a ti, para mí.

Sensaciones inexplicables se cruzan en segundos, el frenesí que nunca parecía llegar, llega; aquel miedo, aquella vergüenza, aquellos resquicios del mundo exterior, esta noche sobran. Te siento, quiero sentirte, te recorro con los dedos, con las palmas, te abrazo, te acaricio, y hoy parece que nada es suficiente. Te quiero más cerca, más pegado, con tu aliento recortado al oído, con tu pecho sobre el mío, sintiendo cada centímetro, cada esfuerzo, cada gota de sudor que esta noche de verano nos regala, o nos castiga.

Ven, más, más cerca. Hoy quiero más que ninguna otra noche, hoy soy más, y tú también. Las cosas evolucionan, por el lado que sea, y al parecer, ahora toca entre los pliegues de la única sábana que podemos aguantar. Y giros, y vueltas, y me acerco a tu oreja izquierda, y me despido, sin palabras, de mi más fiel aliada, y vuelvo a pensar demasiado, y busco tu boca, porque ahora no quiero pensar. Sentir, y seguir sintiendo, y aguantar las estúpidas lágrimas que ahora quieren aparecer. Vive, es absurdo no vivir. El momento es lo que importa, es lo único que importa.

Me da igual el mañana, la semana que viene, el mes que viene, me da igual que llegue septiembre, que pase, que acabe, hoy quiero que todo me de igual. Hoy de verdad no existe el mundo, hoy ni siquiera existes Tú, porque hoy es el único resquicio de Nosotros que puedo tener.

8.18.2009

Quince años

Me paso una mano por el pelo, por enésima vez. Miro a la derecha, y sonrío y me frustro, todo al mismo tiempo, por el montón de ropa que espera en mi cama, mil opciones entre las que parece imposible que no haya encontrado nada que ponerme.

El espejo, al otro lado del cuarto, me refleja el tono tostado de la piel, que después de todo el verano me hace alejarme un poco de esa imagen de fragilidad de porcelana que me da el invierno, y sobre el que resalta el negro del encaje, el culotte que se pega como una segunda piel, calada de dibujos de flores y hojas, y el sujetador que realza lo poco o mucho que me ha querido dar la naturaleza.
No puedo dejar de mirarme, no soy narcisista, ni siquiera tengo una gran autoestima, pero he de reconocer que cuanta menos ropa, mejor. Ahora ya es tímida carcajada, estoy nerviosa, me he puesto un conjunto de ropa interior que probablemente no vea la luz en todo el día, pero no puedo dejar nada al azar, no puedo no intentar estar perfecta, hoy no.

He fantaseado mil veces con este momento; desde que los primeros nervios de la adolescencia me hicieron acercarme a ti, desde que descubrí que una relación como la nuestra no sólo podía funcionar, sino que además, crecía, se hinchaba, y era casi más dificil de romper que una amistad “normal”.

No voy a llegar, se me está haciendo tarde, y ésta es una cita a la que no me perdonaría llegar impuntual. Me pongo la falda rosa, ¿un poco demasiado seria de más? Y la blusa negra, abriendo un botón más de los estrictamente necesarios; un poco por ti, y otro poco por mí. Me subo a los tacones, y el espejo me riñe por intentar aparentar unos años que no tengo. Pero la inseguridad me puede, y la sensación de infantilismo que tenía cada vez que hablábamos, años atrás, me invade, y trato de esconderla con la ropa y una fina capa de maquillaje.
Delante del espejo, cada vez más nerviosa, me echo dos gotas de un perfume muy suave, de esos que sólo notarías al estar a menos de dos centímetros de mi cuello, y me miro, y vuelvo a sonreírme, a darme ánimos, a intentar esconder el escalofrío que me recorre el cuerpo.

Salgo de casa, me pongo los cascos, y por supuesto, el aleatorio me vuelve a traicionar… maldito Sabina… sólo me faltaba esto.

Y por el camino pienso en ti, pienso en nosotros, en todo lo que llevamos vivido, y en que, en realidad, no hemos vivido aún nada. Pienso en el puñado de fotos que nos hemos intercambiado, pienso en los miles de palabras, en los millones de caracteres, en cada correo, en cada conversación, y casi no me creo que ahora estemos tan cerca. ¿Y si me doy la vuelta? No seas tonta…

Llego, miro, no te veo, o quizás te estoy mirando, quién puede saberlo con seguridad… no puedo más, en mi vida he estado tan nerviosa. Pero ¿qué pasa? Si no es nada, ya ves, un simple café, un momento que puede cambiarlo todo. ¿De quién ha sido esta estúpida idea? Miro el reloj, soy idiota, al final he llegado pronto.
Me quito los cascos, o no, espera, mejor me los dejo. No, me los quito. Y ahora… ahora… pues… no sé, ahora espero ¿no?

Y como en una película absurdamente romántica, me tapas los ojos por detrás. Sé que eres tú, aunque no pueda reconocer las manos, ni ese aroma, ni nada de lo que pasa en ese momento. Sólo me da tiempo a que el corazón me salte en el pecho, a ponerme aún más nerviosa de lo que estaba, y a darme cuenta de que, en un segundo, todo cambiará, para bien o para mal, pero todo será distinto.

-Qué guapa eres…- y al fin y al cabo, al final el perfume ha cumplido su función…



Ahora, es cuando me toca darme la vuelta ¿no?