10.09.2009

Miradas

Te miro, me miras, y los dos aún nos reímos, después de todo lo vivido, aún no hay quien nos quite el nerviosismo del absurdo, la tontería, el escalofrío cuando pasas las yemas de los dedos por mi rodilla, mirando su recorrido, con la sonrisa de medio lado, y sabiendo que te estoy mirando, pero bajando los ojos.

Todas las noches empiezan con un beso, y ojalá que no se acabe, ojalá que todas las noches sean noches de primeros besos, y de segundos, y de terceros, y de penúltimos, siempre de penúltimos.

Porque la falsa inocencia no dura para siempre, porque la meta ha sido flanqueada demasiadas veces, porque el camino está gastado de ser recorrido, y aún así, por fortuna, por casualidad, por tí, o por mí, aún dudamos, aún no somos capaces de lanzarnos a correr, de girar en cada esquina, de tocar cada centímetro con los ojos cerrados, con la seguridad de conocerlo, con la tranquilidad del que tiene todo el tiempo del mundo, con el calor que nos recorre el cuerpo cuando estamos juntos, con la atracción magnética que no se puede negar cuando estamos separados.
Alguien tiene que acercarse, alguien tiene que romper la lámina de tranquilidad, el silencio cortante de estos momentos, la certidumbre de lo que va a pasar, con el nerviosismo de lo incierto.

Quiero sentirte, parece que lleve una vida sin sentirte, da igual que hayan pasado tres meses, tres semanas, tres minutos, quiero sentirte, quiero que me aprietes la rodilla, que se rompa el silencio con un suspiro de desesperación, que nos lancemos, el uno encima del otro, que no seamos capaces de aguantarlo, quiero que me cubras por completo, sentir tu cuerpo contra el mío, arrancarnos la ropa a tirones, entre besos frenéticos, nunca suficientes, y que nos movamos, juntos, como ya sabemos, en esa danza que parece tan extraña antes de empezada, y que luego se baila con los ojos cerrados.

Quiero volar, que me lleves, verte reír, suspirar, soplar, aguantar cuando no puedas más, y dejarte llevar, dejarte ir, dejarte sentir, dejarte querer...
Pero te miro, me miras, y los dos aún nos reímos, después de todo lo vivido aún... aún...

8.29.2009

Hoy

¿Por qué hablan los que no saben? ¿Por qué piensan que conocen lo que no conocen? ¿Por qué juzgan lo que para ellos no es más que un misterio? Aún razonan, aún le dan vueltas, todavía no han llegado al punto correcto, al lugar en el que el camino se ensancha y deja de resultar acongojante, o mejor, desaparece para dejar via libre.

Pienso, claro que sigo pensando, y cuando la providencia, el destino, o la pura casualidad se interponen, o mejor aún, allanan la situación, todavía me da por pensar más. Pero ya he comprendido que eso es absurdo. Que no debo pensar, que no es más que una pérdida de tiempo, porque lo que de verdad importa, es otra cosa.

No pienso, y aún así el consciente hace que me ría, de puro nerviosismo, de sorpresa incomprensible, cuando te acercas y me recorres la piel con las yemas de los dedos. Cada vez es la primera, inexplicablemente extraña, como si tuviese memoria de pez, y hubiera olvidado cada noche antes de ésta. Pero en seguida mi piel te reconoce, mi cuerpo reacciona, y todo empieza a dar vueltas.

Bendita casualidad la que hace que pueda sentir una vez más, la que nos regala un par de noches que no estaban planeadas, la que por una vez, se pone de nuestra parte. Tus dedos recorren muy lentamente mi cuerpo, como queriendo grabarlo en su memoria táctil. Todo es pausado, silencioso, lleno de gritos que no oímos, y se siente, se siente más que ninguna otra vez. Las yemas hierven, encienden un fuego que nos sorprende, primero a mí, por sentirlo, y luego a ti. Pero no hay que tenerle miedo. Hoy no.

Cierro los ojos, siento, sigo el recorrido como un escalofrío, y no puedo frenarme, me giro, me levanto, te aprisiono, agarro con fuerza tu mano en la mía, aprieto mis muslos, te paralizo, y bajo a tu boca, sin darte un solo segundo. Nuestras lenguas se encuentran, se saludan, se buscan, para seguir por el cuello que regala otra memoria: ese sabor suave, que quiere recordar a algún postre, pero mil veces más dulce, y al mismo tiempo, consigue avivar ese nuevo fuego que ha aparecido, entre la temperatura de una calurosa noche de verano, y el roce incesante de dos cuerpos incandescentes.

Necesito recordar, necesito que la familiaridad se mezcle con la pasión incontrolada, encuentro, giro, busco, entre los estúpidos rizos que no me cortaría nunca si tú no quisieras, y recorro, recuerdo, sonrío, muerdo, esta vez soy yo la agresiva, la que no se conforma, porque te quiero, aunque sólo sea por unas horas, te quiero a ti, para mí.

Sensaciones inexplicables se cruzan en segundos, el frenesí que nunca parecía llegar, llega; aquel miedo, aquella vergüenza, aquellos resquicios del mundo exterior, esta noche sobran. Te siento, quiero sentirte, te recorro con los dedos, con las palmas, te abrazo, te acaricio, y hoy parece que nada es suficiente. Te quiero más cerca, más pegado, con tu aliento recortado al oído, con tu pecho sobre el mío, sintiendo cada centímetro, cada esfuerzo, cada gota de sudor que esta noche de verano nos regala, o nos castiga.

Ven, más, más cerca. Hoy quiero más que ninguna otra noche, hoy soy más, y tú también. Las cosas evolucionan, por el lado que sea, y al parecer, ahora toca entre los pliegues de la única sábana que podemos aguantar. Y giros, y vueltas, y me acerco a tu oreja izquierda, y me despido, sin palabras, de mi más fiel aliada, y vuelvo a pensar demasiado, y busco tu boca, porque ahora no quiero pensar. Sentir, y seguir sintiendo, y aguantar las estúpidas lágrimas que ahora quieren aparecer. Vive, es absurdo no vivir. El momento es lo que importa, es lo único que importa.

Me da igual el mañana, la semana que viene, el mes que viene, me da igual que llegue septiembre, que pase, que acabe, hoy quiero que todo me de igual. Hoy de verdad no existe el mundo, hoy ni siquiera existes Tú, porque hoy es el único resquicio de Nosotros que puedo tener.

8.18.2009

Quince años

Me paso una mano por el pelo, por enésima vez. Miro a la derecha, y sonrío y me frustro, todo al mismo tiempo, por el montón de ropa que espera en mi cama, mil opciones entre las que parece imposible que no haya encontrado nada que ponerme.

El espejo, al otro lado del cuarto, me refleja el tono tostado de la piel, que después de todo el verano me hace alejarme un poco de esa imagen de fragilidad de porcelana que me da el invierno, y sobre el que resalta el negro del encaje, el culotte que se pega como una segunda piel, calada de dibujos de flores y hojas, y el sujetador que realza lo poco o mucho que me ha querido dar la naturaleza.
No puedo dejar de mirarme, no soy narcisista, ni siquiera tengo una gran autoestima, pero he de reconocer que cuanta menos ropa, mejor. Ahora ya es tímida carcajada, estoy nerviosa, me he puesto un conjunto de ropa interior que probablemente no vea la luz en todo el día, pero no puedo dejar nada al azar, no puedo no intentar estar perfecta, hoy no.

He fantaseado mil veces con este momento; desde que los primeros nervios de la adolescencia me hicieron acercarme a ti, desde que descubrí que una relación como la nuestra no sólo podía funcionar, sino que además, crecía, se hinchaba, y era casi más dificil de romper que una amistad “normal”.

No voy a llegar, se me está haciendo tarde, y ésta es una cita a la que no me perdonaría llegar impuntual. Me pongo la falda rosa, ¿un poco demasiado seria de más? Y la blusa negra, abriendo un botón más de los estrictamente necesarios; un poco por ti, y otro poco por mí. Me subo a los tacones, y el espejo me riñe por intentar aparentar unos años que no tengo. Pero la inseguridad me puede, y la sensación de infantilismo que tenía cada vez que hablábamos, años atrás, me invade, y trato de esconderla con la ropa y una fina capa de maquillaje.
Delante del espejo, cada vez más nerviosa, me echo dos gotas de un perfume muy suave, de esos que sólo notarías al estar a menos de dos centímetros de mi cuello, y me miro, y vuelvo a sonreírme, a darme ánimos, a intentar esconder el escalofrío que me recorre el cuerpo.

Salgo de casa, me pongo los cascos, y por supuesto, el aleatorio me vuelve a traicionar… maldito Sabina… sólo me faltaba esto.

Y por el camino pienso en ti, pienso en nosotros, en todo lo que llevamos vivido, y en que, en realidad, no hemos vivido aún nada. Pienso en el puñado de fotos que nos hemos intercambiado, pienso en los miles de palabras, en los millones de caracteres, en cada correo, en cada conversación, y casi no me creo que ahora estemos tan cerca. ¿Y si me doy la vuelta? No seas tonta…

Llego, miro, no te veo, o quizás te estoy mirando, quién puede saberlo con seguridad… no puedo más, en mi vida he estado tan nerviosa. Pero ¿qué pasa? Si no es nada, ya ves, un simple café, un momento que puede cambiarlo todo. ¿De quién ha sido esta estúpida idea? Miro el reloj, soy idiota, al final he llegado pronto.
Me quito los cascos, o no, espera, mejor me los dejo. No, me los quito. Y ahora… ahora… pues… no sé, ahora espero ¿no?

Y como en una película absurdamente romántica, me tapas los ojos por detrás. Sé que eres tú, aunque no pueda reconocer las manos, ni ese aroma, ni nada de lo que pasa en ese momento. Sólo me da tiempo a que el corazón me salte en el pecho, a ponerme aún más nerviosa de lo que estaba, y a darme cuenta de que, en un segundo, todo cambiará, para bien o para mal, pero todo será distinto.

-Qué guapa eres…- y al fin y al cabo, al final el perfume ha cumplido su función…



Ahora, es cuando me toca darme la vuelta ¿no?

7.05.2009

Despedidas

Tu respiración en una cadencia perfecta, tu inmovilidad aparente, así, tumbado boca abajo sobre las sábanas que acabamos de arrugar despierta mis sentidos. Te miro desde lo alto, como una madre que mira a un hijo, como un ídolo que mira a un siervo, o mejor, como una diosa desde el Olimpo que se encapricha con un mortal, y al que secuestra como propio.

Porque nunca me siento como una diosa; sólo tú, sólo tus manos, tu boca, tus caricias, son capaces conseguirlo.
Lo que siento cada vez que me miras, lo que me recorre el cuerpo cada vez que me tocas, es poder, porque no puede haber nada tan fuerte, nada que arranque de mí lo que tú arrancas, que no sea puro poder.

No puedo dejar de tocarte. Cuando estamos así, incluso ahora, los dos cansados, intentando recuperar el aliento tras un arrebato impulsivo que llevamos planeando toda la noche, necesito sentir tu piel ardiendo, y no me contengo al recorrer tu espalda, tus brazos, tus muslos, inocente y sensual al mismo tiempo, dejando a la vez que sigas inmóvil, pero recordando con persistencia mi presencia. Me siento feliz. No puede ser ésto más que pura felicidad, y como sé que no me miras, sonrío, sin dejar que de mi garganta salga ni un sonido. Siempre cuidadosa, siempre escondiendo esa parte que no quiero mostrar.
Y sigo recorriéndote, y aprovecho para recordar, memoria a corto plazo, y me resulta estúpidamente ruborizante pensar en los eventos de hace apenas unos minutos. Pero me vuelve a inundar el calor, la pasión, el poder que nunca tengo, el engaño que lo que consigue es que me atreva. Y me atrevo.

Sé dónde girar, dónde presionar, dónde ir más despacio, y dónde más deprisa, y conseguir que te des la vuelta es mi único objetivo. Cuando te mueves, en el segundo que tardas en girarte y rodearme con tus brazos, en apresarme y taparme la visión, en voltearnos, en volver a ser el que domina, en demostrarme, aunque los dos sepamos que no es verdad, quién está provocando a quién, en ese segundo todo se borra, todos los minutos en los que pienso demasiado, todos los que me obligan a ser más racional de lo que quiero ser contigo, todos los peros que he decidido esconder en una caja fuerte, para no pensar en ellos, todo... todo se borra, y en ese momento, sólo existes tú.

5.09.2009

Gracias,

...porque fuiste el que lograste arrancarme de las garras de la oscuridad. Porque sin tí, tal vez hubiera seguido en la más absoluta ceguera, inocencia negativa, durante un tiempo que hubiera resultado demasiado.

Apareciste como aparecen todas las cosas extraordinarias de la vida, sin esperarlas, sin grandes presentaciones, como si fueras uno más, uno que pasaría tan rápido como cualquier otro, pero te frenaste, me miraste con esos ojos que aún hoy, con todo lo que ha cambiado, me siguen penetrando de una manera casi violenta.

Y me besaste. Me obligaste a abrir las compuertas, aunque sólo fuera para lograr colarte dentro antes de que se volviesen a cerrar, y como una pequeña carcoma, fuiste acabando con todas mis barreras desde dentro. Creo, que casi sin darte cuenta.

A tí te debo la felicidad que llegó después de que me partieras el corazón; a tí te tengo que agradecer las mariposas en el estómago, que sólo fueron el aperitivo de la bandada de águilas reales que ocuparon su lugar cuando tú te las llevaste, a tí te agradezco el daño que me hiciste, y todo lo que lloré por tí.

Porque eras dulce, sensible, suave, tus caricias eran de tanteo, de cuidado infinito, y recuerdo que parabas cada vez que mi respiración cambiaba una milésima de segundo su cadencia. Y me mirabas, me mirabas mucho, como queriendo descubrir en mis ojos el torbellino de ideas que se me pasaban por la cabeza en aquellos momentos...

Me regalaste tu cariño, tus besos, tus miradas, tus silencios, y por eso, por muy amargo que fuera el final, no está resultando fácil olvidarte. Y por eso, precisamente, es por lo que me esfuerzo tanto en hacerlo.

4.18.2009

Recuerdo...

Te echo de menos… echo de menos tus manos, echo de menos tu boca, echo de menos las sensaciones que de tanto recordar creo que estoy empezando a inventarme. No es un reproche, no es una reprimenda, es una afirmación de la que me he dado cuenta hace muy poco.

Siento que me falta algo, algo que tengo cuando estoy contigo… algo que hace mucho que no encuentro…y no sé qué es. Aunque puedo intuirlo. Me falta… ese intermedio en el que el mundo se disolvía y en el que sólo existíamos tú y yo. Me falta cerrar la puerta y dejar la racionalidad al otro lado. Me falta escaparme de todo, sin condiciones, sin ataduras, sin sentimientos complicados, sin todo lo que pueda estropearlo… Me muero de ganas de volverte a ver.

Cierro los ojos, y te recuerdo. Recuerdo tu mirada lasciva, sí, no sé por qué, con todos los recuerdos que tengo, ese es el primero, esa mirada, la que hace que me ruborice, esa que sólo te permito a ti, y me recorre un escalofrío por todo el cuerpo. Me acuerdo de tus manos, de tu pecho, de los mechones de tu pelo, de tu cara recién afeitada… y me llegan momentos, tonterías, memorias que llevan tu nombre grabado. Cada vez que se me cae el tirante de la camiseta vuelvo a aquella primera noche, a aquellos besos atropellados que nos pillaron tan desprevenidos… cuando abro el cajón te regalo prendas, cuando giro la almohada, cuando bajo la persiana, cuando enciendo la lámpara… y en ese momento se abren las compuertas, y todos los recuerdos invaden mi cabeza.

Nadie puede echar de menos algo que no ha probado aún… eso dicen, pero yo echo de menos todas y cada una de las pequeñeces que aún no hemos probado, es una mezcla entre esperanza y ansiedad, entre recuerdos e invenciones, entre realidad y ficción…
Tus manos recorriendo mi espalda, bajando y acercándome todo al mismo tiempo, las piernas entrecruzadas, y unos labios que muy despacio, tan despacio que parece que quieran volverme loca, empiezan en el cuello, y bajan por el hombro, por el brazo, acariciándome con la punta de la nariz, mientras yo ya no sé ni dónde estoy ni a dónde quiero llegar. Sólo… un poco más allá, un paso hacia delante, o una maratón, ya da igual. Quiero recorrer tu cuerpo, sin dejar ni un centímetro sin explorar, quiero escucharte, probar, saber qué te hace respirar y qué te corta la respiración, quiero conquistar fortalezas, quiero hincharme un poco de orgullo, como… antes.
Siento, vivo, recuerdo, y me doy cuenta de que en circustancias normales no apreciamos en absoluto las posibilidades que tenemos, hasta dónde nos pueden hacer sentir, cómo con la confianza de una amante que sabe en manos de quién está, puedo empezar a abrirme, a dejarme llevar, a darte un poquito más, a no esconderme… pero es muy poco a poco, cada paso cuesta un mundo, aunque la recompensa sea toda una galaxia…

Y es contigo, no por amor, he comprendido que esas cosas ayudan, pero no son indispensables… es… es… porque sí, porque eres tú, porque ahora mismo, en mi cabeza, en mi pura fantasía, no puede ser otro, porque nosotros, aunque no te lo parezca, ya tenemos mucho camino andado, y con cualquier otro tendría que volver a empezar de cero…

2.28.2009

Posibilidades...

Cuando abro los ojos y recuerdo dónde estoy, cuando tengo la suerte, buena o mala, de que la luz de la mañana me moleste lo suficiente para arrancarme de brazos de Morfeo antes que a ti, siempre hay un momento en el que me absorbe una indecisión infinita.

Podría volver a cerrar los ojos, dejarme llevar por el tacto, quedarme muy muy quieta notando cada centímetro de piel compartida, sintiendo cómo queman dos cuerpos que se tocan, o tal vez girarme, con un cuidado milimétrico, intentando por todos los medios que no te despiertes, escapando del abrazo con el que me mantienes prisionera, para poder mirarte, así, con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, con la paz de quien no está pensando, de quien no es racional, un animal indefenso al alcance de cualquier bestia salvaje que quiera atacar.

Y otra vez la posibilidad, la posibilidad de ser guardián, de proteger el sueño, proteger la inocencia que me muestras, esa que sólo puedo ver cuando estás dormido, porque despierto nunca te dejas lo suficiente; despierto, tú eres el cazador y yo la presa… al menos la mayor parte del tiempo…; y la otra opción, la opción de volverme esa bestia salvaje, la de aprovechar lo indefenso que estás, para acercarme hasta sentir tu respiración, besarte los labios sin que respondas, y bajar las manos por tu espalda, haciendo giros, infinitas líneas curvas, espirales que hacen que te recorra un escalofrío. Pero no, no quiero despertarte, al menos no aún.

Y me levanto, me escapo de tus brazos y de entre las sábanas, y notando el gélido saludo de la mañana en mi cuerpo, me giro, vuelvo a mirarte, y olvidando todo lo que ha pasado esta noche, dejando a un lado cualquier atisbo de pasión incontrolable, te tapo como si fueras mi niño pequeño, incluso pienso en que me gustaría apartarte un mechón de la frente, y me siento en la cama, obviando el frío, y te miro, y tú sigues durmiendo.
No me atrevo a tocarte ahora… es tarde, o mejor dicho… pronto, y antes ya has estado a punto de despertar… si ahora hiciese lo que me gustaría hacer, si ahora te llenase de caricias, se rompería el hechizo, abrirías los ojos, y volverías a ser el cazador, esconderías sin acabar con él (pues es imposible) al animal indefenso que me hipnotiza.

Así que me obligo a levantarme, me obligo a dejarte y cuando salgo de la habitación sólo se me ocurre un lugar donde poder secuestrar durante unos minutos más las sensaciones de toda la noche. Con agua caliente… muy caliente.
Entro y me coloco bajo el chorro de agua, mirando hacia arriba, pero con los ojos cerrados, espero a que el calor exagerado deje de ser incómodo para mi piel, a que el agua excesivamente caliente sea simplemente un chorro continuo que me cubra por completo… si existieran los trajes de agua, yo no podría ponerme otros.

Me aparto el pelo, hacia atrás, liso como nunca jamás está cuando me lo seco, y dejo que el agua y las memorias de toda la noche me inunden por completo… tus manos, tu boca, tu respiración entrecortada, tu sonrisa… y sonrío, rememoro hasta el último detalle, con los ojos aún cerrados, siento los besos en el cuello, tu risa ahogada del momento en el que tu mano acaricia esa zona lisa que hay justo encima de mi monte de Venus, y que siempre hace que aguante la respiración, y tus caricias por la espalda, tu cuerpo entero pegado al mío… y me abrazas por detrás, y me vuelves a besar el cuello, y me fuerzas a dar la vuelta, para encontrarnos debajo del chorro de agua, y buscarnos a ciegas, para volver a empezar…

2.16.2009

Luz de Gas

La luz tenue que invadía el local resaltaba la palidez de mi piel de una forma extraña; casi podía encontrar tintes azulados en aquel dorso que observaba como si no fuera el mismo que me acompañaba desde siempre.
El camarero me trajo la copa, con cuatro hielos que tintineaban en un vaso bajo… bebida de hombre, pensé mientras me llevaba el alcohol a los labios. La verdad es que en otra época nunca me hubiera planteado una bebida tan fuerte… supongo que tenía que empezar a hacerme a la idea de que al final todo terminaba siendo como debía ser.

La música cambió, ni siquiera me había fijado en la canción que había estado sonando antes, pero me resultaba imposible no poner toda la atención en la suave melodía que llegaba ahora a través de… ¿un hilo musical? Sí, eso parecía. Aunque en realidad ni siquiera levanté la cabeza para investigar de dónde llegaba. Me era suficiente con tenerla, así, de fondo, mientras seguía hablando en silencio con mi mejor amigo, el vaso que poco a poco llenaba de suaves gotas sus paredes.
Las observé, pasé el dedo sobre ellas, y pensé que se parecían demasiado a las que se solían formar en la piel de Miguel después de un par de horas de juegos y caricias, la que veía a pocos centímetros cuando lo abrazaba en medio de una pasión descontrolada, la que siempre iba acompañada de aquella respiración entrecortada que… no, no podía pensar en eso ahora.
Volví a coger el vaso, esta vez pegando un trago largo, como intentándomela acabar, deseando que el alcohol hiciera efecto más rápido que otras veces, luchando contra el frío que se apoderaba de mi garganta.

-Hola preciosa – una voz profunda, como rota por años de tabaco, de un cigarrillo detrás de otro, me saludó desde la derecha de la barra.
Giré la cabeza y forcé una sonrisa seductora, una que sabía que no me fallaba nunca, la más interiorizada, y es que tenía claro que esta noche debía ir sobre seguro, no podía arriesgarme con actuaciones que no tuviera lo suficientemente ensayadas.
-Hola guapo.

Intercambiamos un par de frases más sin sentido, de esas que olvidabas nada más escucharlas, ni siquiera creo que las escuchara en serio. Sólo presté atención a lo que decía hasta que movió su taburete arrastrándolo ruidosamente por el suelo para sentarse muy cerca de mí. A partir de ese momento, su voz se convirtió en un zumbido más de los muchos que poblaban el bar, y me dediqué a observar al que se había convertido en mi compañero circunstancial, al menos por esta noche.
Era de mediana edad, mayor que yo, aunque eso no era difícil, quizás de la edad de Miguel, de rasgos duros, con la cara redonda, lo que le daba un aspecto de niño que chocaba con la barba de tres días que asomaba, la cara de Miguel era mucho más proporcionada, los labios mucho más finos, y casi nunca llevaba barba, aunque sabía que a mí me encantaba… quizás incluso ese fuera el motivo de que no la llevara.
Era atractivo, nada del otro mundo, me supongo, o no estaría en un tugurio como éste ligando con almas perdidas que no encontraban refugio más que en lugares oscuros con músicas de otro tiempo, pero tampoco era de los peores. Incluso podía permitirme el lujo de no pensar en otro… aunque sabía que una cosa era decirlo, y otra muy diferente borrar de mi cabeza las imágenes de mil y una noches, las sensaciones, la realidad de los sentimientos que superaba con creces la ficción de una noche irreal.

Su mano se posó en mi muslo, y me acarició por encima de la media. Mi primer impulso fue levantarme, escapar, pero me frené a mí misma, convenciéndome de que debía seguir sentada, seguir sonriendo, seguir siendo el personaje.

Supongo que entendió mi reacción tal y como yo pretendía que la entendiera, porque pronto se acercó a mi oído, y apretando su mano sobre mi piel, me susurró palabras a las que no hice caso, que sólo fueron la oportunidad que esperaba para girar la cabeza y probar aquella boca que, efectivamente, me respondió devolviéndome un extraño gusto a tabaco y whisky, un sabor que abrió una compuerta llena de recuerdos, que me obligó a aferrarme con más fuerza a aquel cuerpo desconocido, que me forzó a tragar las lágrimas que amenazaban con arruinar aquel estúpido momento placebo, mientras mi cabeza sólo podía repetir…

-Miguel… Miguel… Miguel

2.07.2009

Quiero...

Quiero mirarte a los ojos, y acercarme muy despacito, hasta que ya no pueda verlos, y tenga que cerrarlos un segundo, para poder después escudriñar tu rostro a esa distancia casi imperceptible.
Quiero observar tus labios, ver tu boca entreabierta, y bailar un vals con ella en el que no se lleguen a cruzar con la mía.
Quiero levantar la vista y saber que me sonríes sólo con la mirada, y notar como nuestras respiraciones se entremezclan en los milímetros que nos separan.
Quiero escuchar cómo respiras, cómo se va acelerando, cómo la espiral se vuelve cada vez más pequeñita.
Quiero sentir en la garganta ese nudo de anticipación, alargar el momento de forma indefinida, para que sea más dulce la recompensa final.
Quiero ver tu sonrisa, y sentir que hemos ganado, que la batalla se acaba, y que desaparece el tiempo y el espacio.
Quiero... quiero un beso.

1.29.2009

Una fantasía de lo más absurda...

Hoy, paseando por el cauce antiguo, escuchando alguna canción escogida sin darme cuenta, me he acordado de tí.
He pensado en los paseos que habíamos dado por ese mismo camino en una etapa anterior, y a lo tonto, he empezado a fantasear...

He imaginado que el mundo era un pañuelo...
He imaginado que te encontraba de frente... haciéndote el interesante con otra.
He imaginado tu cara de sorpresa al verme delante... y cómo sonreirías, de esa manera que es solo tuya.
He imaginado la sonrisa falsa que yo sacaría de la manga, la sonrisa de amiga a la que no le importa.
He imaginado cómo tú te acercabas al oído de ella, y le asegurabas que estabas loco, que eras capaz de cualquier cosa.
He imaginado cómo ella, entrando al trapo, te respondía con una sonrisa... "¿cualquier cosa?"
He imaginado cómo tú asentías con la cabeza, y le decías "Te lo voy a demostrar"
He imaginado cómo os acercabais, y tú, sin mediar palabra, me agarrabas de la cintura, y ante la mirada incrédula de ella, más alta, más guapa y más que yo, me dabas un beso de esos que sólo nos hemos dado detrás de una puerta cerrada...
He imaginado cómo me soltabas, y sin mediar palabra seguías andando, cogiéndola, un brazo por encima de sus hombros, sabiéndote ganador de esa batalla, y posiblemente de una noche pasional con ella.
He imaginado que yo me quedaba quieta, me giraba, os miraba, y seguía andando...

Y entonces, sin saber por qué, he sonreído

1.25.2009

Noches de vino y rosas

Las botellas de vino no duran indefinidamente, y cada vez que tú y yo abrimos una, parece incluso que duran menos de lo normal. Me río al vaciar las últimas gotas, y pienso, como siempre, que tenía que haber comprado dos…
Me gusta que vengas a cenar, son momentos absurdamente nuestros los que pasamos sentados uno frente al otro, hablando de trivialidades, o de cosas serias, dependiendo de cómo se dé la noche. Ni tú ni yo, por mucho que los dos disfrutemos de una buena cena, necesitamos la parafernalia de plato grande y comida pequeña para sentirnos completamente llenos, y estos momentos de escapar del resto del mundo, de olvidarnos de todo lo que hay más allá de la puerta, nos resultan tan placenteros como un restaurante de cuatro tenedores.

Levanto la vista, y me encuentro con tus ojos, que me devuelven la sonrisa que no sabía que estaba dibujando en mi cara. Es una sensación extraña, ésta de una tranquilidad absoluta, de una confianza propia de dos amigos que se conocen muy bien… los dos sabemos que demasiado bien. Y seguramente, un espectador ajeno, no sería capaz de captar las sutiles frases con doble sentido que se intercalan durante toda la noche entre la ensalada y el humeante plato de pasta. Una sonrisa aquí, un comentario allá, y los dos obviándolos como si fueran lo más natural del mundo... ¿y es que acaso no lo son?

Sé que la cena es sólo la excusa, sólo el comienzo de una noche muy larga, pero no por eso la disfruto menos; cuando estás a gusto, hasta la comida parece que sabe mejor… pero también el tiempo es el enemigo en esta ocasión, como siempre que nos vemos, y cuando queremos darnos cuenta, delante de nosotros sólo quedan dos vasos a medio vaciar de Rioja (tengo que comprar un par de copas ya) y un intento de postre que pretende endulzar un poco el momento…
Valiente estupidez, no es al postre al que le toca ese papel, y este encuentro, como cualquiera de los que se han venido sucediendo en los últimos meses, no busca ser dulce… ¿o… quizás es lo único que busca?

Hay un momento en la noche, en que me embarga la duda… y no es porque no quiera estar aquí, no es porque no quiera hacer exactamente lo que estoy haciendo, aunque tú no lo creas, sino que es algo mucho más absurdo, mucho más humano, mucho más simple: me cuesta aceptarlo, siempre me es complicado empezar; sigo sin entender qué haces aquí, qué te impulsa a venir a verme, y qué ves que te hace quedarte toda la noche. No puedo entenderte, pero tampoco quiero hacerlo.
Nos movemos al sofá, ya sin vasos… ¿para qué? La primera noche, aún podíamos echarle la culpa al vino y a la cerveza… ahora sólo nos podemos echar la culpa a nosotros mismos…

Me encanta cuando te ríes de esa manera… me resulta… ¿lo diré? Extremadamente excitante la media sonrisa que me confirma cuál va a ser tu siguiente paso. Y te acercas, no me fallas, como llevas sin fallarme todo este tiempo; y es que ya te sabes la lección, ya sabes que me cuesta empezar, que no soy capaz de lanzarme al vacío, por mucho que sepa que tengo unos brazos esperándome abajo. Y me besas.
Por muchos que nos hayamos dado, el primer beso de la noche siempre es el mejor, el que se espera con más impaciencia, en el que saborear ese fruto que no se puede conseguir así como así en el supermercado. La delicatesen a la que me estás haciendo adicta.

Y lo mejor, es que después del primero, la inocencia sale por la ventana, y me da exactamente igual lo que vayas a pensar de mí, ja, como que no me has visto ya en situaciones mucho más embarazosas… Hoy, no sé por qué, me apetece, y sin pensar si lo he visto en alguna película, o es simplemente el instinto el que me guía, me siento a horcajadas mirándote a la cara, y empiezo a contar desabrochando los botones de tu camisa: uno, dos, tres, cuatro… mientras de vez en cuando, una de tus manos intenta desabrochar el primero de la mía, llevándose un manotazo y una mirada de reprobación.
Te miro, se acabó la inocencia de hace un rato, ya no somos los que éramos, ya nos hemos convertido en esas otras dos personas, las que sólo aparecen a veces, las que nos obligan a hacer cosas que no creeríamos capaces, las personas que tienen al ángel y al diablo diciéndoles exactamente lo mismo.
Me encanta que lleves el pelo un poco largo, me recorre una corriente eléctrica difícil de explicar cada vez que mis manos agarran cada mechón, mientras busco desesperada cada uno de los mil sabores que me regala tu boca. En estos momentos me gustaría no tener que respirar, poder estar besándote durante horas, sin separarnos lo más mínimo.
Y me muevo, y sonrío cuando oigo entre besos uno de tus suspiros…los vaqueros pueden ser un fastidio, pero en ocasiones resultan de lo más intensos, porque así, según estamos, y por mucho que nos separen dos telas de grosor considerable, puedo sentir perfectamente lo loco que te estoy volviendo, y estoy segura de que tú notas la diferencia de temperatura que me baja por el torso y me sube por las piernas.

Y esa es la señal que mi mente ¿o es mi cuerpo? Está esperando, la que me hace quitarte la camisa, y la camiseta, la que hace que recorra tu torso con mis manos, y que me porte un poco mal cuando te quito el cinturón… vamos, es el único momento en el que puedo ser tan mala como quiera… ¿me vas a quitar esa satisfacción?
Pero te gusta, me lo dices sin hablar, y yo sonrío, sin saber cómo exactamente, pero de una manera especial, y tus brazos que de repente me rodean y me atraen aún más hacia ti, y en ese momento me siento poderosa, te tengo a mi merced… debería practicar más esa sonrisa…

Y yo sigo vestida, con todos los botones cerrados, y con prohibición expresa de que tus manos recorran más allá de lo bíblicamente permitido… y me encanta… es una sensación de poder que nunca antes había experimentado, y que llega a su más alta cumbre cuando tú, muy bajito, como si hubiese alguien que pudiese escucharnos, me dices al oído “Vámonos a la habitación”

Menos mal que el piso no es muy grande, porque ahora mismo, la verdad, me importa poco dónde estemos, si en el sofá, en la cama, o en un rincón en el suelo, sólo sé que yo estoy vestida, y a ti apenas te quedan los vaqueros puestos… Y no sé por qué o por qué no, pero eso me pone a mil.

Entre besos llegamos a la habitación, yo aún con la sensación de poder que tenía en el sofá, pero… ¿cómo puedo seguir cayendo? ¿cómo es posible que no haya adivinado tus intenciones? Me he dejado arrastrar, y ahora eres tú el que tienes la ventaja. No te gusta estar mucho tiempo por debajo, como nos pasa a todos, nuestra última intención es siempre tener el poder, y hay una realidad que es indiscutible: soy demasiado frágil para luchar contra ti.

De repente me encuentro tirada en la cama, boca arriba, con tu maldita sonrisa hipnotizándome, mis piernas apresadas entre las tuyas, y la resignación de quien sabe que ha perdido esta batalla, intento por un segundo, zafarme, luchar porque tus manos no lleguen a mi pecho, pero es inútil, después de un segundo, ni siquiera tienes que sujetarme las manos mientras me desabrochas uno a uno los botones de la camisa. Creo que está siendo el mejor momento de lo que llevamos de noche.
Y en un segundo, como por arte de magia, la camisa vuela, y recorres, como haces siempre, en un gesto que secretamente yo espero en cada encuentro, el contorno del sujetador mientras me miras desde lo alto.

Te gusta, y yo te dejo, observarme así, sin hacer nada, y siempre terminas diciéndome lo guapa que soy, lo preciosa que me ves, y yo sigo sin creerlo, porque en realidad… ¿cómo sé si estás diciendo la verdad? Pero me basta, me es suficiente para que me recorra un escalofrío por el cuerpo y que necesite urgentemente terminar lo empezado, y luchamos, y nos peleamos a lo tonto, y los pantalones vuelan, y después de ellos, el resto de prendas que nos haya dado por llevar, sabiendo de antemano que iban a ser vistas, y en ese momento, nos da igual el frío que haga fuera, que tengamos más o menos sitio en la cama, o que mañana vaya a ser muy complicado encontrar el calcetín que no se sabe por dónde se ha colado, porque el mundo desaparece, y sólo quedamos los dos, la racionalidad sale por la ventana, y le da paso a los sentidos, a los besos, a las caricias, a las risas y a los suspiros, que no son más por no despertar a los vecinos…

1.19.2009

Del baúl de los recuerdos....

La miré, y no fui capaz de desviar mis ojos de los suyos. Como si de golpe todo el daño que nos habíamos hecho, hubiese desaparecido, volví a verla como antes, como hacía mucho tiempo que no la miraba... quizás demasiado.
Su pelo negro le caía revoltoso por delante de la frente. Nunca había sido capaz de recogérselo como es debido, y, no sé por qué, pero incluso me gustaba; formaba parte de su realidad.
Se colocó un mechón detrás de la oreja; qué gesto tan femenino... para ella; pero no levantó la mirada. Sus ojos, aquellos que me habían cautivado desde el primer día, escrutaban el suelo como para encontrar las palabras tiempo atrás perdidas. Pero ya era tarde.
Quería mirarla una vez más, recordar el rostro que había sido protagonista de mis sueños y pesadillas tantos y tantos meses; volver a recorrer con la vista sus sencillos rasgos, sus deliciosos labios; sus deliciosos labios... aquel dulce que se me había dejado probar, y que luego se me había arrancado sin pedir permiso, ni siquiera una segunda oportunidad. Los mismos labios que aparecían encendidos en mis noches de recuerdos, a pesar de que nunca los había llegado a ver en realidad.
Anunciaron el vuelo, y por fin se atrevió a levantar la mirada. Estaba llorando, no podía ser cierto, no era justo que se pusiera a llorar, ahora no.
Pero allí estaban esos ojos, simples, profundos, tan llenos de matices, pensamientos, palabras..., y ahora un tímido velo los cubría.
¿Por qué lloraba? ¿Acaso le importaba tanto? No creía en esas lágrimas, no me parecían sinceras. Y si lo eran, ¿por qué había esperado tanto? ¿Por qué era ahora, cuando estábamos a punto de despedirnos para siempre, cuando era capaz de llorar por mí? ¿No era yo quien no lloraba, quien guardaba las lágrimas para una ocasión especial?
Maldita. De ella era la culpa de mis últimas y únicas lágrimas. Era la única que verdaderamente me había herido.
Sí, mi corazón había muerto, ella lo había apuñalado hasta el final y ya nadie podría hacerlo latir de nuevo; pero aún así no era justo que llorara ahora.
No sabía si lloraba de rabia, de tristeza, de arrepentimiento... y nunca lo sabría. Éste era el día, el momento y el lugar; pero como siempre, lo dejaríamos pasar, y, por lo menos yo, me arrepentiría de ello, como siempre, como cada vez que pude decirle algo y no se lo dije, como cada vez que el silencio nos separaba más y más, como cada día a lo largo de este, apenas año y medio.
Me tenía que marchar, mi vida me esperaba, pero ella se quedaba atrás, y ella también era mi vida.
Nos abrazamos, un gesto tan nuestro, que ya no se volvería a repetir, y me estrechó entre sus brazos como no queriendo dejarme marchar. Hipócrita, me abría los brazos que me habían estado prohibidos tanto tiempo... pero no importaba, ya no.
La solté sin compasión, ella seguía llorando, pero no le hice caso; la coraza que me había enseñado a forjar alrededor del corazón estaba cumpliendo su función.
Me di la vuelta y me alejé; me alejé de mi vida, de mi mundo; me alejé de mis padres, del instituto, de todos mis amigos, pero sobre todo, me alejé de ella. Escapé de su rostro, de sus manos y sus ojos; escapé de la persona que más daño me había hecho, pero también de la que me había hecho más feliz.