8.18.2009

Quince años

Me paso una mano por el pelo, por enésima vez. Miro a la derecha, y sonrío y me frustro, todo al mismo tiempo, por el montón de ropa que espera en mi cama, mil opciones entre las que parece imposible que no haya encontrado nada que ponerme.

El espejo, al otro lado del cuarto, me refleja el tono tostado de la piel, que después de todo el verano me hace alejarme un poco de esa imagen de fragilidad de porcelana que me da el invierno, y sobre el que resalta el negro del encaje, el culotte que se pega como una segunda piel, calada de dibujos de flores y hojas, y el sujetador que realza lo poco o mucho que me ha querido dar la naturaleza.
No puedo dejar de mirarme, no soy narcisista, ni siquiera tengo una gran autoestima, pero he de reconocer que cuanta menos ropa, mejor. Ahora ya es tímida carcajada, estoy nerviosa, me he puesto un conjunto de ropa interior que probablemente no vea la luz en todo el día, pero no puedo dejar nada al azar, no puedo no intentar estar perfecta, hoy no.

He fantaseado mil veces con este momento; desde que los primeros nervios de la adolescencia me hicieron acercarme a ti, desde que descubrí que una relación como la nuestra no sólo podía funcionar, sino que además, crecía, se hinchaba, y era casi más dificil de romper que una amistad “normal”.

No voy a llegar, se me está haciendo tarde, y ésta es una cita a la que no me perdonaría llegar impuntual. Me pongo la falda rosa, ¿un poco demasiado seria de más? Y la blusa negra, abriendo un botón más de los estrictamente necesarios; un poco por ti, y otro poco por mí. Me subo a los tacones, y el espejo me riñe por intentar aparentar unos años que no tengo. Pero la inseguridad me puede, y la sensación de infantilismo que tenía cada vez que hablábamos, años atrás, me invade, y trato de esconderla con la ropa y una fina capa de maquillaje.
Delante del espejo, cada vez más nerviosa, me echo dos gotas de un perfume muy suave, de esos que sólo notarías al estar a menos de dos centímetros de mi cuello, y me miro, y vuelvo a sonreírme, a darme ánimos, a intentar esconder el escalofrío que me recorre el cuerpo.

Salgo de casa, me pongo los cascos, y por supuesto, el aleatorio me vuelve a traicionar… maldito Sabina… sólo me faltaba esto.

Y por el camino pienso en ti, pienso en nosotros, en todo lo que llevamos vivido, y en que, en realidad, no hemos vivido aún nada. Pienso en el puñado de fotos que nos hemos intercambiado, pienso en los miles de palabras, en los millones de caracteres, en cada correo, en cada conversación, y casi no me creo que ahora estemos tan cerca. ¿Y si me doy la vuelta? No seas tonta…

Llego, miro, no te veo, o quizás te estoy mirando, quién puede saberlo con seguridad… no puedo más, en mi vida he estado tan nerviosa. Pero ¿qué pasa? Si no es nada, ya ves, un simple café, un momento que puede cambiarlo todo. ¿De quién ha sido esta estúpida idea? Miro el reloj, soy idiota, al final he llegado pronto.
Me quito los cascos, o no, espera, mejor me los dejo. No, me los quito. Y ahora… ahora… pues… no sé, ahora espero ¿no?

Y como en una película absurdamente romántica, me tapas los ojos por detrás. Sé que eres tú, aunque no pueda reconocer las manos, ni ese aroma, ni nada de lo que pasa en ese momento. Sólo me da tiempo a que el corazón me salte en el pecho, a ponerme aún más nerviosa de lo que estaba, y a darme cuenta de que, en un segundo, todo cambiará, para bien o para mal, pero todo será distinto.

-Qué guapa eres…- y al fin y al cabo, al final el perfume ha cumplido su función…



Ahora, es cuando me toca darme la vuelta ¿no?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Comento por msn xDDD