11.01.2010

Masajes

Es madrugada, o bien entrada la mañana, o quizás es ya la hora de merendar, o tal vez el sol se está escondiendo, no lo sé. No quiero saberlo. Ahora no quiero pensar en qué hora es.

Sé que estás ahí, porque te oigo respirar, y alargo la mano para sentir el calor que desprende tu piel. Me encanta tocarte; me encanta pasar las yemas de los dedos por tu costado, casi sin rozarlo, pero grabándolo en mi mente. Es una sensación única la de tu piel bajo mi caricia, y sé que tú piensas lo mismo, porque a falta de ideas completas, que ahora no tienen cabida, lanzas una mezcla entre un suspiro y un murmullo, un “no pares” sin palabras.

Relájate, no pienses en nada, no hables, ni siquiera abras los ojos, no te preocupes ni de respirar, sale solo.

Me gusta tocarte, es algo tonto, algo de los dos, algo un paso más allá, algo de eso que no tiene nombre, que no debe tenerlo, que está bien como está. Y sonrío como una niña con zapatos nuevos, y giro de un lado al contrario, me incorporo, me doy la vuelta, juego con las dos manos. Qué absurdo y qué cercano es un masaje, qué cerca puedes estar con una caricia, qué íntimo y qué totalmente inocente puede ser, en ciertos momentos. Sólo en ciertos momentos.

Me gusta apretar, me gusta recorrer tu espalda, buscarte los nudos, seguir el camino de tus quejas, de tus gemidos, de tus suspiros. Sonrío cada vez que te quejas, cada vez que soplas, y más aún cuando me preguntas, con esa mezcla de sorpresa y admiración, donde he aprendido a dar masajes así... no sé, creo que me inspiras.

Me entretengo recorriéndote, a dos manos, como queriendo conquistar una tierra inhóspita. Me encanta la realidad de tu piel desnuda, de tus zonas sensibles, de tu caricia de terciopelo, de tu rudeza, de lo duro de tu cuello, de la contractura estúpida que empiezo a pensar que te inventas para tenerme a tu servicio; como si te hiciera falta.

Y al mismo tiempo, es tan poco inocente, tan lleno de significado, de dobles intenciones, tan extremadamente sexual, tan excitante el tenerte así, a mi mano, casi inconsciente, totalmente a merced de lo que quiera hacer contigo, qué atractivo es el poder...

9.07.2010

Recuerdo

Pueden llevar juntos toda la noche, puede que se acaben de encontrar hace menos de un minuto; puede que hayan cenado, paseado, y entrado en aquel bar por casualidad, o puede que ella llegue tarde, como casi siempre, y entre escapando del calor sofocante que ni siquiera la noche ha logrado apaciguar, para verle esperando, sentado delante de una cerveza, exactamente igual que lo había dejado la última vez.
En ese momento, sea cual sea, el aire cargado del local se vuelve mucho más ligero, la tensión se escapa por la puerta que se acaba de cerrar, y todo se vuelve claro, transparente.

Ella está nerviosa. Haya pasado un día, un mes, un año, siempre se pone nerviosa cuando se le acerca, como si algo fuera a pasar, como si un gran meteorito fuese a caer sobre el edificio, como si este sueño extraño fuese a acabar en aquel preciso instante.
Ella está nerviosa, y se le nota; y él se ríe, y ella se ríe, y se relaja; y hablan, y discuten, y bromean como no eran capaces de hacerlo antes, como si no pasase nada de todo lo que en realidad pasa. Y entonces, se miran, y ella... bueno, ella vuelve a estar nerviosa.

Cada noche que ha recordado aquellos besos no es nada comparada con la familiaridad de la sensación real de sus labios. Cada vez que sola, con la luz apagada, y queriendo estar en otro lugar distinto ha rememorado sus manos, sólo lo ha hecho con una millonésima parte de la suavidad de la caricia que ahora recibe. Cada vez que en este tiempo ha traído a su memoria sus ojos, no se ha ni acercado a la profundidad de los que la están escrutando ahora.

Los recuerdos sirven, ayudan, puede incluso que apacigüen en ocasiones los deseos más terrenales, pero nada es comparable, nada puede siquiera acercarse a él así, real, él tanteando, jugando con su pelo, con su cuerpo, con otras cosas con las que es mucho más peligroso jugar. Un recuerdo no respira en tu oído, no habla, asustándote, no te da escalofríos, ni hace que una gota de sudor te recorra la espalda. Un recuerdo no busca, no intenta, no se sorprende, incluso aunque no te crea.

Pero ésto, por fortuna para ella, hoy, no es un recuerdo.

5.14.2010

Piano

A veces me da miedo salir, y que no esté. Me da miedo el escenario, me da pánico, y salgo con el corazón en un puño. Salto al vacío, esperando la red, me dejo envolver, y aparezco, entre sombras, agarrándome al pie, el único sostén que tengo, hasta que miro hacia el público, hasta que busco frenéticamente durante un sólo segundo.
Lo miro, me mira, y ahí se acaba todo.

Está ahí, como siempre, como cada día, aunque piense que no va a estar, aunque me parezca que se perderá, que algún día dejará de venir, ahí sigue, como siempre. Y en cuanto empieza la música, todo se coloca, todo es perfecto, y empieza el baile.

Se oye de fondo una melodía de trompeta, un bajo que quiere aparecer, sin ser apenas apreciado, y entonces sé que es el momento, uno de tantos, un gesto tan repetido que intenta perder importancia sin conseguirlo. Y empiezo a cantar casi sin pensar, sólo esperando al piano, que me sigue fiel en cuanto entono la primera nota.

El bar, como siempre, se confunde en una nebulosa, allí, abajo, detrás de los focos, que me iluminan, me separan, y me convierten en una estrella brillante en medio de una manta oscura que se diluye dando paso a un foso de rostros, de copas, y de preguntas.

Sé lo que quiere, lo que quieren todos. En este mundo es muy sencillo conocer las bases absurdas de las mentes que vienen, que no quieren pensar, que sólo buscan olvidar con la ayuda de un whisky doble, o, mejor dicho, recordar aquello que merezca ser recordado.
Y cómo voy a negarles su banda sonora, su música de fondo, el dibujo de una silueta de mujer que acompañe sus divagaciones, el movimiento de cadera más perfecto que pueden pagar esa noche.

Pero a veces, con él, no es lo mismo. Cuando está, cuando verdaderamente está, cuando no es la sombra de sí mismo, cuando llega y clava sus ojos verdes en mis piernas, y busca furtivo un segundo de mi mirada, entonces, sólo existe su mesa, sólo ese rincón a la derecha de la banda, sólo una de las lamparillas oxidadas por el paso del tiempo, sólo una copa, sólo el humo de un cigarrillo.

Y sólo canto para él, y me muevo para él, y susurro, y a veces me humedezco los labios, mirándole, sin hacer caso al resto, y quiero llegar, quiero esa conexión, la busco desesperada, y entonces él sonríe, así, a medias, y sube el vaso, como brindándome la borrachera de esa noche, como haciéndome partícipe del secreto que quiere enterrar, y del que esa noche, sólo nosotros conoceremos los detalles.