5.14.2010

Piano

A veces me da miedo salir, y que no esté. Me da miedo el escenario, me da pánico, y salgo con el corazón en un puño. Salto al vacío, esperando la red, me dejo envolver, y aparezco, entre sombras, agarrándome al pie, el único sostén que tengo, hasta que miro hacia el público, hasta que busco frenéticamente durante un sólo segundo.
Lo miro, me mira, y ahí se acaba todo.

Está ahí, como siempre, como cada día, aunque piense que no va a estar, aunque me parezca que se perderá, que algún día dejará de venir, ahí sigue, como siempre. Y en cuanto empieza la música, todo se coloca, todo es perfecto, y empieza el baile.

Se oye de fondo una melodía de trompeta, un bajo que quiere aparecer, sin ser apenas apreciado, y entonces sé que es el momento, uno de tantos, un gesto tan repetido que intenta perder importancia sin conseguirlo. Y empiezo a cantar casi sin pensar, sólo esperando al piano, que me sigue fiel en cuanto entono la primera nota.

El bar, como siempre, se confunde en una nebulosa, allí, abajo, detrás de los focos, que me iluminan, me separan, y me convierten en una estrella brillante en medio de una manta oscura que se diluye dando paso a un foso de rostros, de copas, y de preguntas.

Sé lo que quiere, lo que quieren todos. En este mundo es muy sencillo conocer las bases absurdas de las mentes que vienen, que no quieren pensar, que sólo buscan olvidar con la ayuda de un whisky doble, o, mejor dicho, recordar aquello que merezca ser recordado.
Y cómo voy a negarles su banda sonora, su música de fondo, el dibujo de una silueta de mujer que acompañe sus divagaciones, el movimiento de cadera más perfecto que pueden pagar esa noche.

Pero a veces, con él, no es lo mismo. Cuando está, cuando verdaderamente está, cuando no es la sombra de sí mismo, cuando llega y clava sus ojos verdes en mis piernas, y busca furtivo un segundo de mi mirada, entonces, sólo existe su mesa, sólo ese rincón a la derecha de la banda, sólo una de las lamparillas oxidadas por el paso del tiempo, sólo una copa, sólo el humo de un cigarrillo.

Y sólo canto para él, y me muevo para él, y susurro, y a veces me humedezco los labios, mirándole, sin hacer caso al resto, y quiero llegar, quiero esa conexión, la busco desesperada, y entonces él sonríe, así, a medias, y sube el vaso, como brindándome la borrachera de esa noche, como haciéndome partícipe del secreto que quiere enterrar, y del que esa noche, sólo nosotros conoceremos los detalles.

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