10.26.2008

Querida Nadie:

no sabes bien la fuerza que me das; no lo sabes, ni lo sabrás nunca, pero quiero decírtelo, aunque sin hacerlo. Eres lo único que me hace agarrarme al mundo en este momento, lo único que me hace seguir avanzando, levantarme cada mañana, para hablar contigo cada noche.
A lo mejor es el tiempo, quizás esta lluvia infernal que cae imparable al otro lado de la ventana, que pinta de gris esta ciudad que me es tan poco familiar, quizás es que eres lo único que parece seguir uniéndome a ese otro lugar, en el que el sol brilla como si fuera dueño de todo lo que baña la luz.

Hacía mucho tiempo que no me sentía así con alguien, hasta me atrevería a decir que eres la primera persona que lo logra... y no lo sabes. Para tí, seguramente sólo soy un amigo más, pero tú para mí eres, ahora mismo, lo único que tiene verdadera importancia.

Echo de menos tu sonrisa, ese gesto absurdo de retirarte el pelo de la cara, que volvía a caerte al segundo, la mirada pícara con la que me saludabas, y la sensación de calidez que encerraba cada gesto. Esos gestos que llevo demasiado tiempo sin ver.
Pero a la vez, de una manera absurda, me encanta tenerte tan lejos, y a la vez tan cerca... es como si cada kilómetro que nos separa se hubiese puesto a nuestro favor, acercándonos mucho más, y eso no lo cambiaría por nada.

Pero tú no lo sabes, y no lo sabrás nunca, porque soy demasiado miedoso para decirte nada, porque es imposible que me tomes en serio, y porque estas cosas nunca salen bien. Así que, por ahora, y hasta que tú me dejes, me seguiré conformando con hablar contigo cada noche, con esperar con el corazón en un puño y una incertidumbre agobiante que aparezcas como por arte de magia, seguiré resignándome a no cruzar más que palabras, y a encerrar en veladas metáforas todo aquello que los dos sabemos, y que nunca, jamás, nos atreveremos a decir.
De todo corazón,

un amigo.

10.23.2008

Ocaso

Es una ceremonia, una coreografía que ha de salir perfecta cada vez que se presenta. Apenas tengo espacio, los pasillos están llenos, pero no intento frenar la absurda necesidad de traérmelo a casa, sé que no podría.
Es curioso como en un piso tan pequeño pueden caber tantas historias. Aún me quedan horas de sol, todavía puedo aprovechar la luz un rato. Por lo menos para la introducción...
Y sin quererlo, o mejor dicho, exactamente como quiero, me vuelve a hipnotizar. Paso páginas sin darme cuenta, mientras corren los minutos, en una espiral de esas que sólo te dan las grandes historias, y que borran la realidad, para hacerte creer únicamente en la que está escrita.
Se enciende la luz, y levanto la vista. Desde el marco de la puerta, él me mira, sonriendo, con esa cara que ya sólo refleja resignación.
- Te terminarás quedando ciega...

10.11.2008

Y más besos...

Cuando algo ya ha pasado, está ahí, innegable, permanente, esperando con una sonrisa malévola el momento perfecto para saltarte encima, exactamente lo mismo que estaba haciendo él esa noche.
Habíamos quedado para tomar una cerveza, pero los dos sabíamos que aquello no podía ser más que una excusa. Cada vez que un botellín tocaba nuestros labios, ya fueran los de él o los míos, no podíamos reprimir una sonrisa "sé que me estás mirando, y sé perfectamente lo que estás pensando, porque yo también lo pienso"

Al principio, como para fingir que no teníamos ni idea de qué hacíamos allí, hablamos, un poco, de temas absurdos, de gente que en aquel momento había dejado de tener importancia, y que seguro que no la volvería a tener hasta bien entrada la madrugada, o que quizás ya nunca volvería a tenerla.
En aquel tugurio había el suficiente ruido para hablarse a gritos, y tener la seguridad de que las palabras serían enmascaradas, pero hacía rato que ninguno de los dos decía nada, y todo lo que salía de sus ojos, y supongo que de los míos, se oía como un grito en medio del desierto.

No sabría decir quién dio el primer paso, sólo recuerdo su mano en mi espalda y el escalofrío que la recorrió mientras pagábamos, y aquella especie de carrera absurda, andando tranquilamente, como si ninguno tuviera prisa, hasta mi portal.

Cuando llegamos, busqué el manojo de llaves dentro del bolso. Era gracioso ver cómo lo que buscas es siempre lo último en aparecer. Y además en aquella ocasión, con su aliento en mi nuca, y la seguridad de tenerle a cinco centímetros de distancia, a la llave, cómo no, no le daba la gana de aparecer.
No era tan complicado, la tenía, y al final, sin mirarle ni un solo segundo, subí las escaleras del portal y llamé al ascensor. Era absurdo cómo no podía mirarle a la cara. Aquella timidez estúpida que seguía persiguiéndome en los momentos más inoportunos, volvió a paralizarme el cuerpo, mientras yo no hacía nada por evitarlo. Hacía menos de diez minutos estaba lanzándole todas las indirectas del mundo, y ahora, de repente, no podía ni girarme.
Pero los ascensores son muy traicioneros, y están llenos de espejos. En el momento en que mi mirada se fijó en sus ojos, que me excrutaban, como lo habían hecho toda la noche a través del humo, me dí la vuelta, y al segundo, ya tenía sus labios sobre los míos. Lo mejor que le puede pasar a alguien como yo, es que se lo den todo hecho...

No sabía si le había dado al botón, pero el ascensor se cerró y empezó a subir. Como si de dos adolescentes enfervorizados nos tratásemos, cuatro manos no eran suficientes para explorar tanta piel. El aire nos faltaba en los pulmones, pero por nada del mundo hubiéramos dejado en aquel momento de explorar nuestras bocas. Los pisos se sucedían a toda velocidad, y demasiado lentamente, como una enorme paradoja, y mis sentidos eran incapaces de controlar tantas sensaciones: la suavidad de su camisa, el áspero tacto de aquella cara, la humedad de los besos que, si entre nosotros eran casi una novedad, parecían haber sido ensayados hasta la saciedad, sus manos abriéndose paso por debajo de la blusa, con intenciones inequívocas de explorar el interior de los vaqueros, pero con esa mínima cordura del que no quería llevarse un bofetón en el momento más inoportuno...

Y el ascensor dio un tumbo, y las puertas se abrieron, y sin saber muy bien si a nuestro pesar o no, salimos, esta vez ya con las llaves a mano, en el bolsillo; pero sin la cordura que me había dejado abajo en el portal, intenté abrir a tientas aquella cerradura absurda.
Estaba oscuro, lo propio a esas horas de la madrugada, pero la contaminación lumínica que se colaba por el ventanuco del descansillo, las prisas, y la enajenación del momento, nos hicieron incapaces a ninguno de los dos de movernos tres metros hasta el interruptor de la luz. No, yo seguía peleándome con la cerradura, y él, siempre tan servicial, me ayudaba en tan ardua tarea distrayendo mis ya mermados sentidos con sus manos bajo la blusa, y aquellos besos en el cuello que cualquiera que me conociera sabía que me dejaban fuera de combate.
"Estúpida cerradura" Apenas podía mantener la concentración, y la opción de olvidar la tarea entre manos, se abría paso en la neblina que rodeaba en esos momentos mi mente.
Pero por la razón que fuera, la llave entró, y tras un giro rápido de muñeca, se abrió la puerta, obligándonos a entrar en el piso, y dejando la poca cordura que nos quedaba, al otro lado de un portazo, que resonó en todo el edificio.

10.05.2008

Besos

Se dio cuenta de que había crecido cuando el beso sólo le supo a beso, cuando con él no llegó ningún tipo de angustia, ni de esperanza absurda en que aquello pudiera convertirse en nada más. Era un beso, y luego otro, y luego otro, y luego otro. Parecía que no lo hacía mal, de hecho le estaba gustando incluso un poco más de la cuenta.

No podía negarlo, cada poco la lógica se quería colar en su cabeza. La lógica la quería obligar a escapar, quería forzarla a parar, sin siquiera tenía una puerta tras la que esconderse... pero esta vez, por mucho que dijera la lógica, no pensaba hacerle caso. Cada vez que la lógica llegaba, ella la hacía escapar corriendo con otro beso.

Las cosas se veían mucho más claras sólo porque ella quería verlas claras; la problemática adolescente desapareció cuando se dio cuenta de que era ficticia, y no era dificil dejar a un lado toda esa angustia de quinceañera, de hecho, cuanto más le besaba, más veía que aquello era precisamente lo que quería.

Estaba ya cansada de ser la niña buena del cuento. No era tan buena como la gente se pensaba, es más, empezaba a ver que ni siquiera era tan buena como ella misma creía, y paradógicamente, eso aún le llenaba más el estómago de una sensación indefiniblemente cálida.

Era consciente del cambio que significaba cada gesto, de que estaba dejándose llevar, estaba haciendo aquello que él le había pedido durante toda la noche: estaba siendo ella misma. Y por una vez, dejó la mente en blanco, y se dejó llevar por las sensaciones, por las sonrisas, por los juegos absurdos, y por uno de los grandes descubrimientos de la noche: los besos que te niegas a dar, son mucho más dulces cuando consiguen dártelos.